Alejandro Caballero y su Lotería Mexicana en tres movimientos
PRIMER MOVIMIENTO
Andante con moto
Alejandro Caballero deambula por los rumbos del mercado de Mixcalco, Circunvalación y la Merced en busca de objetos en desuso, deshechos de la producción en masa; “chácharas” que sirvan a sus propósitos plásticos. Corcholatas, juguetes rotos, los restos de una maniquí y revistas viejas son el ansiado material ante sus ojos absortos que ven en esos objetos la obra en ciernes; los tianguis de viejo le ofrecen piezas singulares que sólo es posible encontrar en estos sitios, despojadas ya de su naturaleza utilitaria. Durante esa búsqueda interminable de residuos de nuestra cultura consumista las piezas desechadas recuperan su carácter utilitario, Alejandro Caballero las dota de una vida más digna que la del cesto de basura. Sus caminatas por las calles del Centro Histórico, Peralvillo. Tepito, La lagunilla. La Candelaria de los Patos y la colonia Morelos son un acto mismo de creación que espera el retorno al taller para materializar una obra. El artista no realiza caminatas al aire libre para retratar con el pincel estampas bucólicas de la vida en el campo, la ciudad es un escenario más vasto y sus historias más dignas de retratar que el paisaje agreste de la otrora región más transparente del aire. Pero Alejandro no reproduce el paisaje urbano que pasa ante sus ojos, sería prosaísmo para su estética surrealista, mejor aún, lo reconstruye con los restos de esa cultura contemporánea que puede estudiarse en su deshechos, como la arqueología misma. Su deambular se vuelve pronto excursión suburbana y la búsqueda de esos preciados objetos lo lleva hasta los confines mismos del reciclaje citadino, al mercado de deshechos El Salado y al tianguis de Santa Cruz Meyehualco; en Iztapalapa. Quien ha frecuentado esos mercados sobre ruedas donde es posible encontrar de todo, entiende que el mejor pretexto para acudir a esos lugares es la mera curiosidad, pues nunca sabe uno lo que se puede encontrar. En ocasiones ni siquiera se tiene la remota idea de lo que se busca, si es que se busca algo en verdad; los “mercados de pulga” son con frecuencia una fuente de objetos anómalas que solía encontrarse en el desván de la casa de los abuelos o en los sótanos olvidados de las casonas. No se trata de antigüedades, sino de objetos en desuso que deparan sorpresas inesperadas; nuevos o viejos, todos ellos conservan algo del valor que les dio origen y los puso alguna vez en las vitrinas de las tiendas.
SEGUNDO MOVIMIENTO
Lento Moderato
Imagino a Alejandro Caballero en su taller de la ciudad de México como lo vi por primera vez en aquél lejano 1996 en la ceremonia de premiación del XVI Encuentro Nacional de Arte Joven, en el Museo Carrillo Gil, como un pintor surrealista de compleja definición. Sereno en el exterior, impaciente por dentro, con una carga creativa que pugna por salir a flote; “nunca tiene paz en las manos” o “pace tener una carga explosiva en las manos”, diría quien lo ha visto dibujar en público uno de sus conocidos bocetos con lápiz de cera sobre sencillas hojas de papel bond. Parte de su impaciencia proviene en los últimos años de la ansiedad que experimenta por salir a esas calles de dios y andar los rumbos de quien sabe donde, en la búsqueda sin fronteras del material imprescindible para elaborar sus “cajas”, o “collages cinéticos”, como él gusta llamarlos. Se trata, pues, de la serie de obras en técnica mixta que recrean las cartas de la Lotería Mexicana, en la que ha trabajado por más de diez años. Basadas en la baraja tradicional que aún se vende en mercados y plazas, las versiones de Alejandro Caballero están pintadas sobre bastidores de macocel de medidas más o menos convencionales (60 x 50 cm., casi todas); pero también están perforadas, agujereadas, atornilladas y armelladas. La confección completa de cada una de las obras le ocupa semanas de paciente y laborioso trabajo. Más como miniaturista que como pintor o escultor, reúne piezas sueltas, viejas postales, recortes de periódicos y toda clase de objetos para “construir” cada obra. Del soporte tradicional bidimensional de las primeras “cartas” como LA CHALUPA y LA SANDÍA, los objetos que empezó a integrar a las obras posteriores obligaron a su proyección tridimensional y al concepto integral de “cajas”; semejantes a los dioramas de principios del siglo XX. Cada pieza que integra esos collages alucinantes son como engranes en un reloj de cuerda, si alguna de ellas falta la obra no anda sola, es incapaz de seguir su propio camino. En principio recuerdan la estética dadaísta y el surrealismo a la Marcel Duchamp. Pero al ver esta serie de collages y montajes que constituyen su versión de la Lotería Mexicana son los grabados de José Guadalupe Posada los que vienen a mi mente como referente histórico. Y es Posada y no Giorgio De Chirico, como podría suponer quien conoce la obra de Alejandro Caballero desde sus inicios, pues aún siendo en apariencia dos horizontes plásticos tan distantes en forma y contenido, quizá no lo son tanto si consideramos el sustrato ideológico que impulsó la obra de ambos artistas: el sinsentido de la vida, la tragedia y la nostalgia de la muerte. Poca gente sabe, además, que en su tiempo los grabados de Posada sólo ilustraban hojas volantes y sencillos pasquines que se vendían en los tianguis por unos cuantos centavos, no se trató nunca de grabados seriados en elegantes carpetas exhibidas en galerías de postín; y que incluso elaboró también su propia versión de de la Lotería para su venta en estanquillos y tlapalerías, siempre para la imprenta de Vanegas Arroyo. Las obras de Alejandro Caballero se vinculen, pues, como los grabados de Posada, a esa clase social que lleva sobre sus espaldas el peso laboral, a la clase trabajadora que ofrece servicios por las calles, heredera del joyero, peluquero, talabartero y el alfarero.
Alejandro Caballero Valdés es un pintor mexicano con una trayectoria de más de veinte años cuyas inclinaciones estéticas siempre estuvieron más ligadas al surrealismo internacional que a la escuela mexicana de pintura. Sin embargo, dicho distanciamiento personal de la gran tradición del arte mexicano ha revertido el camino en los últimos años y, digámoslo así, ha vuelto al redil. Su serie que recrea la baraja de la Lotería ha alcanzado recientemente el número de 21 y son su proyecto personal más ambicioso, pues cubrirán el total de las 54 imágenes del mazo de la baraja completa. Dicho trabajo lo vincula de manera definitiva, sin lugar a dudas, a un cierto neomexicanismo más puro y menos gestual que el de los años ochenta de Julio Galán o Nahúm B. Zenil.
TERCER MOVIMIENTO
Allegro con brío
Habrá que imaginar al pintor de regreso en su taller, ansioso por repasar su tesoro. Ya instalado, vacía el contenido de su mochila sobre la mesa de disección. El recuento es minucioso y alentador, un par de muñecas de vinil despeinadas en buen estado, el auricular de un teléfono de disco, estampas coleccionables de viejos personajes de la lucha libre, un par de manos de maniquí despostilladas y algunas reliquias más. La mesa de disección se vuelve ahora la mesa de trabajo, hay que sacarle el lustre a esos objetos debajo del polvo o la pátina de los años. Pero el recuento de la exitosa excursión no ha concluido, en una bolsa de plástico lleva el resto de los materiales de aquél fructífero día: monedas y billetes fuera de circulación, relojes de pulso inservibles, llaveros rotos y postales amarillentas del cine mexicano de los años cincuenta. Pone, al fin, manos a la obra, el artista se concentra en las piezas dispersas sobre la mesa; el espacio es insuficiente y extiende aquél rompecabezas sobre el piso mismo de su taller. Las ideas surgen. Del fondo de su imaginación-de ese pozo sin fondo a veces oscuro y siniestro-asoma la idea que da origen a EL DIABLITO, que tentador nos señalará el camino de la virtud, digo, del vicio: dinero, mujeres y alcohol. La referencia al otro “diablito”, aquél que pendiendo del poste arrastra la energía al mísero hogar, es una muestra clara del sentido del humor que también acompaña a estas obras de Alejandro Caballero. Humor negro a veces, como el de la “mujer araña” en la carta de EL SOMBRERO, recordatorio inevitable de las ferias callejeras con su carga de fantasías y engaños; o el del reverso –pues todas estas obras tienen dos caras- de LA MANO, que alude a nuestra Sor Juana y la retrata de medias y zapatos de tacón. Precisamente las extremidades desprendidas de un roto maniquí dan pie al anverso de la carta de LA MANO; la mano milagrosa, la creadora de ilusiones, la forjadora de mitos. Y qué decir de la alegórica CAMPANA que Alejandro convierte en ícono de la patria, en símbolo del bicentenario; obra en la cual de manera bastante original los héroes de la Guerra de Independencia surgen de los gélidos retratos de las monedas y billetes de uso corriente. A nadie se le había ocurrido que la campana, anunciadora del alba insurgente, pudiese ser también símbolo de nuestra nacionalidad; como el ángel o el águila. Finalmente unos pequeños guantes de box motivan una idea nostálgica: “Pepe El Toro es inocente”, la carta de EL BORRACHO se convertirá en una alegoría de Pedro Infante enfundado en su inolvidable personaje. Tornillos, resortes, pijas, tuercas y bisagras permitirán la conformación final de articulaciones en cada obra; insinuaciones mecánicas de un cinetismo simulado, arcaico que, empero, proporcionan a las piezas un raro aspecto de juguete de feria, rústico y auténtico; generosamente popular. Además, está el afecto que el autor profesa a cada una de esas obras. Hay algo de angustia creativa una vez que las ha visto terminadas; las urnas de acrílico en que las encierra revelan su preocupación por su pronto deterioro o la pérdida de alguna pieza fundamental de esos dioramas novedosos.
DANZÓN DEDICADO AL LECTOR Y CULTO PÚBLICO QUE LO ACOMPAÑA
El pintor está exhausto, cada obra en su aparente sencillez encierra el trabajo de horas y días de composición y recomposición de las piezas que las conforman. El rompecabezas inicial que se extendía sobre su mesa de trabajo era apariencia, las piezas embonan una con otra sólo en la imaginación del artista después de extenuantes sesiones. Lo cierto es que, en palabras del mismo pintor, al término de una jornada de trabajo, ya entrada la noche, el dolor de cabeza es la última recompensa; es un esfuerzo semejante al de aquél que después de algunos días ha concluido de integrar las dos mil piezas del rompecabezas que retratan la Torre Eiffel o la fachada de San Pedro en Roma; sólo que sin una guía precisa, más que el entusiasmo individual y una idea más o menos clara de la obra final.
En ocasiones, al contemplar las obras de La Lotería de Alejandro Caballero uno tiene la impresión de que si jala una de sus piezas articuladas con resortes y bisagras, como en el tiro con rifle en la feria, algún chorro de agua saltará o una tonadilla norteña sonará de entre ese barroquismo de juguetes, chaquira y lentejuela. Aún más, de esa obra de la que Pedro Infante es el protagonista espera uno oír la voz de La Chorreada entonando algunos versos de Amorcito Corazón; o a La Chachita con impecable acento tepiteño repitiendo alguna de sus celebérrimas frases, como aquella de “¡Ni hablar, mujer, traes puñal!”. En fin, este es el verdadero horizonte plástico que Alejandro busca recrear en su versión pictórica de La Lotería, el mundo del barrio, de la barriada, con sus personajes de gorra y de postín, pues“en la calle por la jeta nos iguala la banqueta”. Al fin y al cabo todos llevamos una máscara, y el recorte adherido de una obra del pintor belga –y no es albur- James Ensor en uno de las esquinas de la carta de EL BORRACHO nos revela la verdad, la neta: la vida es sólo una mascarada.
*Mauricio Vega Vivas es historiador, ensayista y crítico de arte egresado de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Es coordinador de Artes Visuales en la Revista La Pluma del Ganso. Ha escrito textos sobre Juan Soriano, José Luis Cuevas, Raúl Anguiano, Jorge González Camarena, Luis Nishizawa, Rafael Coronel y Nahúm B. Zenil entre otros.
Publicación : Revista El Búho ,Sección Artes visuales , 2010