La fuerza insoslayable del expresionismo fantástico
José vendido en Egipto, José el soñador, el apartado de sus hermanos, cuerpo a cuerpo con el sentimiento de soledad, con el drama de quedar en un país ajeno, costumbres y religión distintas a las suyas. Su destino y su historia son otros. Orfandad, carencias y tristezas en su nueva vida las fue aprovechando para bien hasta que llegó a destacar ante los grandes frente a príncipes y faraones. La biografía de “El soñador” es tan interesante bíblicamente y atractiva para artistas como Alejandro Caballero, que ha invertido lectura, materiales, y talento para reinterpretarla en fases que acusan aprehensión de motricidad suspendida en el tiempo y en la superficie de la tela. En su obra, el pintor manifiesta capacidad intuitiva y de lenguaje plástico para plasmar una discursiva de fuertes trazos en donde empastes y coloraciones lo hacen arribar a conclusión de procesos plásticos ya maduramente magistrales y exhibe buena dosis de recursos dibujísticos sin descuidar la plasmación de las admiraciones y emociones que le ocasionan los personajes de esos ayeres, y obviamente, consigue enlazarlos con el presente.
Disimulando u omitiendo a propósito la confusión de la actualidad en los territorios del modernismo, cuando se está produciendo una multiplicidad de obras de dudosa estética plástica como expresión artística plástica personal de los autores (al parecer dejados llevar por el snobismo y el derroche de mal gusto que impera hoy día en el estrafalario existir de los que poseen todo el dinero para derrochar), Alejandro Caballero prefiere recurrir a la amabilidad del arte que aún coleccionan quienes gustan de decorar sus hogares con obras originales, dentro de una finalidad que conlleva la no preocupación ni por un abstraccionismo que delata la ausencia de capacidades para dibujar, fundamento que debe advertirse o presentirse en toda obra nacida de la honestidad disciplinada del artista nato.
Todas sus realizaciones, hasta hoy, entregan una urbanística reconocible entre lo fantástico y lo surreal, congruencialmente acordes con lo contemplablemente divertido por el espectador y dentro de lo comprensiblemente imaginado por el artista, trabajos en los que objetos y sujetos, escenas y escenarios hablan de una teatralidad vital y de una discursividad plástica que remarca tiempo y crónica y facultades para el ordenamiento de compositividades surgidas de la alta imaginería de un pintor que combina pastas, pinceles, espátulas, colores y especialidades polidimensionales, de primeros planos a infinitos sin importar el tamaño de las superficies sobre las que pinta y, al mismo tiempo, dejando entrever una marcada proyección muralística donde ya se está desenvolviendo con gran soltura. A ello se debe quizá ese contrastamiento espontáneo entre iconografías y objetivaciones que juegan alternadamente en tamaños sobre algunas de las obras recientes.
Humanamente emotivo, como normal entre nacido artista, le conmueve la soledad y tristezas del género humano, de aquí y allende los mares, por eso sus rostros de preocupación y sorpresa y tristeza y dolor, meditativos, rostros de miradas extrañadas, sorprendidas ante la lejanía y el presentimiento que nos hacen imaginar los tiempos y las peripecias en que sus personajes de la presente colección vivieron y que no saben respirar olvido sino vivencias y documentos que se incrustan en la historia de la solemnidad, la religiosidad esperanzadora y la inhumanidad sempiterna La “Cabeza torre de Ruth con Booz”, “El callejón del artista”, “Instantes rodantes, trashumantes”, declaman el dramatismo y la simbología emblemática del sello personal de la que casi ningún autor se libra rumbo al encuentro de lo distintivo que le otorgue fácil y rápida identificación ante el espectador de sensibilidad específica para apreciar las expresiones artísticas plásticas.
Estudioso que es, discípulo demostradamente inteligente en las técnicas para hacer pintura y escultura, de maestros sobresalientes como Luis Nishizawa, Raúl Anguiano, José Hernández Delgadillo, Enrique Zapata, por ejemplo, sus inquietudes investigativas se han expansionado hasta la obra mural y la docencia discípulo y maestro a la vez, eso es ya dejar de adivinar, de deducir, para saber que Alejandro Caballero está persiguiendo cimas cuyos alcances demandas retos y más aún en los momentos que le ha tocado vivir tiempos de políticas preocupantes, y de gran problemática económica porque el arte no es precisamente artículo de primera necesidad. Y esto viene a confirmar la auténtica vocación de los nacidos especialmente para expresar sus emociones, sentimientos y puntos de vista sobre la belleza o de la estética en general, ineludiblemente, a través del arte.
Su juventud augura sorpresas satisfactorias en el camino. Su obsesión no denuncia límites. Sus referentes tópicos están en los grandes maestros del realismo expresionista y fantástico. Las texturas y las luces son sus protagonistas recurrentes en las optometrías que consigue. De acuerdo con lo que hemos visto en su obra, no le importa ser rápido. Le interesa esencialmente, ser conciso. Sus tonalidades son de aquí, del México que lo ha nacido pero sus visualizaciones abrazan el mundo y los que en él gravitan.
Entre los testimonios vertidos sobre su trabajo, destaca por su jerarquía magistral, el anotado por Raúl Anguiano, que dice “El joven pintor y escultor, Alejandro Caballero, ha sido mi ayudante en la realización de varios murales. Conozco su trayectoria profesional desde hace varios años. Me interesen sus pinturas neo-surrealistas que se destacan en un movimiento de jóvenes pintores que siguen esa tendencia, además de los retratos y tipos populares. Hay originalidad y armonía de color, así como riqueza en las texturas. El vigor expresionista de sus tallas en madera me hace recordar a maestros como Kathe Kollwitz y Ernst Barlach, Sin duda, Caballero es ya un artista destacado”.
Otro testimonio de su trayectoria lo deja escrito, el también pintor y muralista, recientemente fallecido, José Hernández Delgadillo, dice: “Enmarcado en este horizonte, Alejandro Caballero diseña una vigorosa secuencia de la vida y el hambre, preocupaciones de este siglo, enfatizadas con brillantes y contrastado colorido”
Por su parte el crítico de arte Macario Matus anota: “La temática de este pintor nacido en la ciudad de México es variada y multifacética, así lo determina su labor de pintor, escultor y muralista. Las imágenes plasmadas recuerdan a los personajes del entorno que lo cobijo en su niñez, la edad de oro del hombre maduro. Exalta una interpretación muy singular y genuina de las escenas bíblicas con la presencia de Job, Jonás, José, Raquel, Ruth, Booz, Galilea, Babel, todos tratados y resueltos con color esplendente y composición libérrima contundente.
Hay una prodigalidad imaginativa en las propuestas renovadas cada vez, habilidad y firmeza en el dibujo y grata solución plástica. En algunas de las obras permea un halito metafísico, a lo De Chirico, de aquellos paisajes desolados con la presencia de monumentos y estatuas casi con vida, algo del tono surrealista (el Homenaje a los perritos de Frida Kahlo) y la vida cotidiana de los seres de oficios mundanos pero al fin humanos y creativos en lo íntimo. También las alas negras de las calaveras descarnadas que nos manda la muerte inexorable . Alejandro Caballero ha estudiado con Luis Nishizawa y Raul Anguiano , con quien ha colaborado en la realización de varios murales, como el del TEC de Monterrey, el de la SEMARNAT y otros, el poeta José Toribio, dice;
“Escribo la presente para mi gran amigo, dibujante, pintor y escultor. Alejandro Caballero.
El amigo ausente se cobijó en el crepúsculo del trueno. De vez en vez sus ojos taciturnos regaron los renglones de Dios. Su fuerza la posee su vista y el sabor de la percepción.
Desde niño lo aprisionan los elementos extraños, sentado en su pedestal de huesos por horas contempla la ausencia del tiempo. Tenía instantes que no podía incrustar en su vientre, la mayoría de esos instantes siguen en el fondo, esperando el momento adecuado para ser llevados al lienzo o la madera,
Un elemento distingue con cierto agrado pero también con angustia su obra, las llaves de agua propias de las piletas, tuberías y caños. La llave maestra nos saluda desde su soledad, presta a compaginar el mundo de Caballero, a pasearnos por sus ojos, a llevarnos por el tiempo. El corredor de Caballero es un mar infinito de otoños y primaveras.
Tengo la dicha de conocerlo desde hace tiempo, tiempo relativamente corto, pero ha sido un tiempo que me ha dejado asombrado y maravillado.
Creo en la obra de Caballero por su fuerte contenido, por la ubicación del color. Lo he visto dibujar a línea y de memoria, figuras con un grado de distorsión tremendo, sin perder la simetría y similitud”
Ignacio Flores Antunez, Arte y Artistas Contemporáneos.
Portales, 1999.