ALEJANDRO CABALLERO, UN MURALISTA EN PLENITUD
Alejandro Caballero es un artista completo, por eso también es muralista. No todos los artistas deciden hacer murales, pero para él es una de sus pasiones, como lo es la pintura, la escultura, el performance, el arte objeto, la enseñanza de las artes y la gestoría. No por nada fue el fundador de la Escuela de Arte al Aire Libre de Tepito, la ELITEP, un pequeño espacio que rememora a las Escuelas al Aire libre de los años 30 del siglo XX. En ella se dedica a enseñar a niños, adolescentes, adultos, a quién lo desee, porque otro de sus objetivos es crear comunidad en su zona de vida. No busca el confort, sólo le gusta trasmitir su conocimiento y que los demás aprendan. También en ocasiones es escenógrafo y actor, además de escritor.
Fue alumno de Raúl Anguiano hacia 1996, ¿él le enseñó la técnica mural?, sí, pero después de haberse enfrentado al muro, solo, aunque ya había estudiado en La Esmeralda y había tomado diversos cursos. En su adolescencia había conocido a Daniel Manrique, fundador de Tepito Arte Acá, un hombre a quién veía pintar “grandes e impactantes figuras humanas en los muros de las vecindades del barrio, ataviado siempre de riguroso negro y con su inseparable mochila terciada al hombro”, en su camino a la Secundaria Técnica No. 7 donde cursaba sus estudios, como narra Bertha Taracena en este mismo libro, pero no sabía que estaba pintando murales, sin saber que le deparaba el futuro, le impactó.
El joven artista se inició en el muralismo en 1995, cuando decidió participar en un Concurso de Pintura y Grafiti, como le llamaban en esos años a la pintura callejera aplicada a los muros. Una tendencia que llegó a nuestro país en los años 90 y que se convirtió poco a poco en mural, para poder ser legal. El concurso, convocado con el tema de Historias de mi barrio, fue auspiciado por la Casa de la Cultura de la Lagunilla, en el que Alejandro obtuvo el primer lugar con su mural titulado: La integración contra la degradación, en el que por medio de cuerpos desnudos y color, señaló los males y bienes de la humanidad. Ocres para la degradación y amarillos y rojos para iluminar el camino a la integración. Mural de trazo expresionista que recuerda la obra temprana de Arnold Belkin con su movimiento Nueva Presencia. El joven artista había comprendido el espíritu del muralismo, pintar temas para su comunidad y sobre su comunidad, pero que a la vez son temas universales, no solamente locales.
Ese mismo año pintó otro mural en una barda de los tiraderos de basura en Santa Fe, Tacubaya titulado Cambalache: Armas por educación por el que obtiene mención especial. Su visión humanista quedó concretada en esta obra, al plantear el ideal de sustituir a la violencia armada por la educación, un artista con conciencia social. Pero además su inquietud no se detuvo ahí y decidió buscar más herramientas técnicas para el muralismo, por lo que se inscribió en el curso de pintura mural que ofrecía el Museo de Culturas Populares de Coyoacán, sin saber que quien lo impartía era ni más ni menos que el hombre de negro, a quien veía pintar en su adolescencia en su camino a la escuela: Daniel Manrique. Una grata sorpresa, que sin saberlo lo llevará a dar continuidad a los murales que Manrique hacía en Tepito, su barrio.
Un tercer mural, lo acercó más al expresionismo figurativo y le otorgó un tercer premio, otra vez con el primer lugar. Contra la Amnesia fue el titulo de la obra con la que participó en el concurso mural convocado por la Preparatoria Popular Mártires de Tlatelolco, A.C., para conmemorar los 30 años de la masacre estudiantil del 2 de octubre, en la Plaza de Tlatelolco. Un llamado a no olvidar, una refrescada a la memoria, desatorar la amnesia y al mismo tiempo un homenaje al muralista Arnold Belkin, quién escribió un libro con ese título. Alejandro Caballero selló con su abordaje expresionista figurativo, el imaginario de los interioristas fundado por Belkin en los años que escribió el libro, incluso aplicó en el rostro trifásico del hombre doliente, la paleta de color que este artista usaba en esos años, que sintetiza la estereoscopía de Caballero. No olvidó, o mejor dicho, quiso aplicar un signo de identidad de raíz prehispánica, como la vírgula del habla. Al ganar el primer lugar, el mural quedó en exhibición permanente en la biblioteca de la Preparatoria, escribe Taracena.
Pero Alejandro es un ser aventurero, así que poco después se decidió viajar a Berazategui, Argentina donde participó junto con Daniel Manrique y otros muralistas mexicanos, en un Encuentro de Muralismo. A su regreso, Raúl Anguiano lo invitó a trabajar como ayudante en sus murales para Instituto Tecnológico de Monterrey, Campus Ciudad de México y la SEMARNAT, entre otros. Pero en el mural conmemorativo del 70 aniversario del Instituto Politécnico Nacional (IPN) cuyo tema era la historia del IPN, desde su fundación en 1935, hasta 2006, Alejandro Caballero tuvo un papel preponderante, debido a su capacidad dibujística. A él le tocó hacer la trascripción gráfica del mural proyectado por lo que él tuvo la encomienda de Anguiano, de terminarlo, a causa del fallecimiento del maestro. Era el último mural que iba a realizar Anguiano. El resultado fue excelente, consolidaba la enseñanza de Anguiano desde 1997.
En 2011, empezó su serie de murales efímeros en La Fortaleza, una unidad habitacional que sustituyó a una emblemática vecindad de la zona de Tepito, después de los ejes viales. En sus muros Alejandro Caballero continuó con la tradición manriqueana de Tepito Arte Acá, pintar en las comunidades sin esperar el mecenazgo estatal, sin esperar la perdurabilidad de sus obras, solo transmitir, con colores e imágenes, sus emociones, deseos, pasiones, utopías. El primero fue Radiofonía, después Rayos catódicos, un enfoque hacia la tecnología y la ciencia. En ellos integró las ventanas de los departamentos, así como cualquier elemento de uso para las casas, para dar volumen a los aparatos que representó.
En 2014, pintó un largo mural titulado: Posada posa a 100 años, en una barda del Eje Vidal Alcocer frente a su querida ELITEP, en el que además de retratar a José Guadalupe Posada, emblemático grabador artístico y popular de principios del siglo XX, que vivió y murió en el barrio de Tepito, lugar donde creó la imagen de la calavera garbancera, un busto-grabado que aludía a la muchachas del pueblo que se vestían con la ropa de la patrona, a la que Diego Rivera le añadió cuerpo entero para convertirla en La Catrina, un concepto similar a lo que significa la garbancera, y que actualmente es un icono tradicional mexicano que alude a la muerte.
En el mural, Posada está representado con su creación, la garbancera, sólo el busto. En un enlace entre el pasado y el presente, Caballero pintó dos transportes, el ferrocarril donde se desplazaban los revolucionarios, representados como calaveras, un homenaje a Posada, y lo unió con el Metro, un medio de transporte actual de la CDMX, alusión necesaria debido a que muy cerca se encuentra la estación Tepito. El conductor del Metro-ferrocarril, es la calavera del editor Antonio Vanegas Arroyo, socio de Posada. En el siguiente compartimento viaja una pareja en forma de calaca, representantes de la Adelita y del campesino que luchó en la Revolución Mexicana, traen en sus espaldas dos mazorcas de maíz, el alimento básico del mexicano.
Una de las chimeneas del tren forma el cuerpo de Posada y la otra, el de La catrina, debajo de ellos se ubica la caldera del tren, en el cual se ven múltiples manos, que son las de Posada, grabando, dibujando. Para esta zona, Caballero usó el recurso del futurismo, pintar varias manos para simular movimiento, o bien, un recurso cinético, como él dice.
En los vagones del metro, apretujados, como suelen ir los pasajeros de este transporte masivo, viajan personajes ilustres del Barrio de Tepito, artistas y deportistas como: Jaime Nunó, Ricardo Montalbán, Kid Azteca, El Famoso Gómez, Daniel Manrique, Julián Ceballos Casco, Místico y Lola La luchadora,[1] Resortes, el grabador Alberto Beltrán, Dolores La rebelde y Armando Ramírez, entre otros. Para concluir colocó arriba de los vagones, una pareja de un gallo y gallina de pelea, como pequeñas esculturas, que “dialogan” con el muro de la esquina, donde Caballero pintó el barrio de San Marcos, en Aguascalientes, lugar donde nació Posada.
Este mural centró su importancia en que participaron en su realización, los alumnos de la Escuela de Arte al Aire Libre de Tepito, ELITEP, que fundó, bajo la idea y dirección de Caballero, como un mecanismo de enseñanza. Un mural colaborativo, comunitario y colectivo, sin embargo, a pesar del letrero que pusieron en el mural donde decía: “Querido Tepiteñ@ cuida este mural que es tu historia”, pronto los grafiteros lo “intervinieron” y después fue borrado, como si tuvieran Alzheimer.
Los murales de La Fortaleza y el de Posada, resumen el alma popular, con un dibujo naif, pintados para conocimiento de los que los observen, el tiempo que duren; pero en ambos Alejandro Caballero puso en valor a su barrio a su gente, representando lo bueno y positivo del barrio. El artista comprendió el objetivo del muralismo moderno y del muralismo contemporáneo, hacer memoria, con trabajo colectivo y comunitario, abordado con fuerza expresiva y buen manejo del color.
En este breve recorrido por la obra mural del Maestro Alejandro Caballero, no se puede dejar de mencionar el último que realiza, para una clínica médica, en el que trabaja con mosaico, con el tema sobre tradiciones y leyendas de este México nuestro, logrando alto relieves y degradaciones, que hacen más vistosa la obra, a lo que se sumó su paleta de color de brillantes tonos. Esperamos con ansía su terminación, para admirarlo en toda su magnificencia.
Guillermina Guadarrama Peña
Investigadora CENIDIAP/INBAL
Tlalpan, CDMX 30 de julio de 2019
[1] Texto de Alejandro Caballero. Inédito
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